Rev. Ariel Irrazábal
Introducción
Nuestra vida, la de cada persona, está
marcada por encuentros y desencuentros. Hay encuentros que son de tal forma
significativos, de manera positiva o negativa, que tienen la fuerza de gestar
una nueva realidad en nosotros; eso puede suceder en una relación personal, en
una relación de familia, en una relación amorosa y en nuestra relación con
Dios. Hoy el texto bíblico nos ofrece una de estas experiencias: el encuentro
de Jesús con una mujer samaritana es un encuentro transformador. Solamente un
encuentro en profundidad con la persona de Jesús y su propuesta suscita el
seguimiento.
Jesús y la Samaritana
1.
El sentido original del texto.

2.
La sed y el agua.
El
tema del agua es uno de los grandes temas bíblicos. En el salterio encontramos
una profunda oración: Como busca la sierva corrientes de agua, así mi alma
te busca a ti, Dios mío. Jesús se presenta a sí mismo como el agua que
colma toda sed, de forma permanente. De hecho, durante éste y los próximos tres
domingos los textos bíblicos harán referencia a realidades humanas profundas,
que en encuentro con la acción de Dios cobran nuevos sentidos. En el evangelio
de hoy Jesús se presenta como agua que sacia la sed, el próximo domingo como
luz que disipa la oscuridad y la tiniebla. Posteriormente como vida, venciendo
el poder del mal y de la muerte.
Tres
aguas en los tres diferentes textos bíblicos de este domingo. En un primer
lugar la de Jacob, donde bebieron el, su familia y su ganado, agua ésta que
sacia la sed aunque no de forma permanente. El agua de Moisés, agua que sacia
la sed de manera provisoria y transitoria. Finalmente. el agua que ofrece
Jesús, agua que empapa nuestra tierra más reseca. Agua que genera vida e
infunde su espíritu en nuestro barro seco. Agua que provoca vida, vida que
expande y genera nueva vida.
3.
El proceso del seguimiento.
Me
gusta distinguir entre experiencia de Dios y vivencia de Dios. Experiencia,
etimológicamente, es aquello que es colocado fuera. Las Iglesias innúmeras
veces hablamos de promover la experiencia de Dios. Ello es bueno y necesario,
pero no suficiente. La experiencia de Dios se puede remitir a un momento, a un
evento, a un movimiento espiritual, muchas veces marcado por el afecto. A
diferencia de la experiencia, que puede ser momentánea, la vivencia de Dios
genera un sustrato, una base, que le da permanencia y continuidad al proceso de
discipulado.
La
mujer samaritana hizo un proceso continuo que generó en ella una nueva
realidad. En principio lo reconoce a Jesús como un simple judío, en un segundo
momento como un profeta, que era el marco de la expectativa mesiánica en el
pueblo samaritano al regirse por el pentateuco como texto sagrado y finalmente
como el Mesías. En cada experiencia hay un paso significativo, nuevo en su
sentido, nuevo en su relación. Estas experiencias se transforman en actos de fe
que generan la vivencia del discipulado, del seguimiento y de la misión.
Conclusión
Mirando
lo que he dicho hasta el momento, el texto bíblico, el encuentro de Jesús con
la mujer samaritana me invita a reconocer, valorar, potenciar y desarrollar el
liderazgo que las mujeres han tenido a lo largo de la historia. Ser una Iglesia
samaritana implica además de cuidar a los heridos del camino (Cf. Lucas 10),
aprender de la primera mujer que se transformó en misionera y lideresa de una incipiente
comunidad dispuesta al seguimiento de Jesús. En segundo lugar, reconocer a
Jesús de Nazareth como el agua que sacia toda nuestra sed, que toca nuestro
barro más frágil y hace que allí brote lo nuevo. Finalmente, a no quedarnos
solamente en la experiencia de Dios, sino desarrollar la vivencia de Dios. Que,
así como la mujer samaritana nuestro proceso, nuestro discipulado y seguimiento,
nos lleve a proclamar a Jesús como salvador del mundo.