Revd. Ariel Irrazábal
La
diaconía social forma parte de la experiencia de fe. Es normal y habitual que
vinculemos la experiencia religiosa con prácticas espirituales, comunitarias e
inclusive con doctrinas, es decir, balbuceos sobre Dios y su revelación. Digo “balbuceos”
ya que Dios es siempre más que toda expresión lingüística, aunque sin ellos
perdemos los mojones que indican que estamos siguiendo al Dios que se muestra
en la persona de Jesucristo y no a un ídolo creado a nuestra imagen y semejanza.
Aún más, estamos conscientes que la experiencia religiosa implica unos
determinados principios, normas y valores éticos compatibles con el evangelio.
Aún con todo lo dicho estaríamos “rengos” si no incluimos el compromiso con la
transformación de la realidad de un mundo menos humano a un mundo más humano,
de un mundo injusto a un mundo más justo, de un mundo individualista a un mundo
solidario.
Toda
la práctica de Jesús implica que lo que dice y lo que hace no se pueden
separar, dicho de otro modo, hechos y palabras intrínsicamente unidos. En la
cultura de Jesús la sangre era signo de la vida y toda enfermedad expresión de
un mal y pecado propio o heredado. Cuando Jesús cura transforma al curado en
protagonista de su historia, le devuelve dignidad. Muchas veces, el
protagonista de la acción de Jesús tenía un miembro paralizado o todo su cuerpo,
ello le impedía participar de la vida del culto, lo que significaba, de alguna
forma, estar privado de la vida social y con ello pasivo de arbitrariedades o
paciente de la exclusión. Dicho esto, las curaciones de Jesús, sus milagros,
también son signos de credibilidad. Signos para provocar la fe, el
seguimiento y el discipulado. Estas acciones de Jesús son luego interpretadas
por el mismo Jesús en sus palabras, en sus parábolas, discursos, etc. Los
primeros seguidores de Jesús, luego de la resurrección tuvieron ello tan claro
que los primeros ministerios que desarrolló la comunidad post pascual fue la
atención de las viudas, huérfanos y pobres, en sintonía con los signos
mesiánicos del Primer Testamento. La fe en el resucitado implica seguir los
mismos pasos de Jesús, es decir, cultivar y cuidar la vida digna de toda
persona.
En
la semana santa, el jueves, al comenzar el triduo pascual, recordábamos el
lavatorio de pies y con ellos el desafío de cumplir el mandato de lavar los
pies los unos de los otros. En las primeras comunidades cristianas, así nos lo
trasmite el libro de los Hechos de los Apóstoles, la Comunidad de los creyentes
cuidaba que todos pudieran compartir el pan con alegría, que a nadie le falte
lo mínimo. Si somos un cuerpo, cuando un miembro del cuerpo sufre o pasa
necesidad debemos desarrollar las herramientas necesarias para el cuidado
mutuo. San Pablo denuncia repetidas veces que mientras algunos pasan hambre
otros derrochaban.
En
este contexto de cuarentena la situación económica sufrirá, ineludiblemente, en
buena parte de la sociedad, especialmente la más vulnerable, consecuencias
significativas y con ello algunas necesidades podrán agudizarse, otras podrán
manifestarse por primera vez o ser aún más elocuente.
En
tiempos de Coronavirus siguiendo el ejemplo de Jesús y de las primeras
comunidades cristianas debemos cuidarnos unos a otros, desarrollar la
solidaridad, el compartir los bienes y así cultivar la consciencia de que la
diaconía social forma parte constitutiva de la fe. Este es hoy, en nuestro
contexto, un motivo para que otros crean que el Señor verdaderamente ha
resucitado y vive en medio nuestro.