Revd. Ariel Irrazábal
Introducción
Ves
la Trinidad si ves el amor (Vides Trinitatem Si Caritatem Vides – De
Trinitate 8, 8, 12) Asomamos al misterio más real y profundo de Dios, citamos a
Agustín de Hipona quien expresa que el principal acceso, la principal vía, a la
Santa Trinidad es el amor.
Hemos
concluido el tiempo pascual y comenzamos a navegar el tiempo común, el tiempo
donde la liturgia nos llevará a profundizar la vida de Jesús de Nazareth y
comenzamos HOY con la gran fiesta de la Santísima Trinidad.
Punto
de partida
Me
gustaría tomar como punto de partida una expresión que se nos ha hecho
“familiar” en este tiempo: te envío un saludo virtual. Efectivamente, hemos
comenzado a dar abrazos virtuales y a saber que, en cierto sentido, lo virtual
también es real. Dicho de otro modo, para que en este momento vos y yo estemos
encontrándonos existe un medio, en este caso una plataforma: YouTube, que hace
posible conectarnos. No somos Yo/Vos, somos Yo “y” Tu. Nuestras relaciones
están todo el tiempo marcadas por una “Y” que hace posible el algo más que sólo
yo/sólo vos. En algunos casos el Yo y Tu se define por una aplicación, como
ahora, puede ser YouTube/ WatsApp, el teléfono o si miramos un poquito más
atrás la telegrafía por cable o la carta.
Es
decir, permanentemente para que exista el encuentro entre Yo/Tu siempre existe una
“Y” que lo posibilita. Hablé de medios de comunicación, pero también esa “Y”
que genera el encuentro puede ser un idioma. Si le digo a alguien “Te quiero”
en un idioma desconocido no provocará ningún efecto o si le ofrezco un apretón
de manos, a alguien de una cultura cuyos valores son otros provocará el efecto
contrario al que quiero llegar.
En
definitiva, para que exista el encuentro necesitamos de tres elementos: Yo y
Tu. La vida está cargada de diversas “Y” que la propician, desde un elemento
tecnológico, el lenguaje, el cuerpo, etc.
Balbuceando
el misterio
Las
primeras reflexiones sobre la Trinidad y su misterio fueron siguiendo
justamente este modelo tan próximo a nosotros. Hablar de la Trinidad como un “Yo
y Tu”, lo que más adelante se dirá: relación de personas.
“El
Padre como el Eterno Amante, que ama al Hijo el eterno Amado y es reamado por
él en el Amor eternamente recibido y dado”. Allí, está el “Y” que une al Padre
con el Hijo, el Espíritu Santo, el amor personal. Agustín de Hipona en el S. IV
balbucea la trinidad, Padre/Hijo/ Espíritu Santo como El que ama, el amado y el
amor (Ecce tria sunt: amans, et quod amatur, et amor – De Trinitate. 8,
10, 14)
Esta
Trinidad razonada se cimenta en la Trinidad narrada del Nuevo Testamento y en la
Trinidad profesada por ejemplo en el Credo que utilizamos, habitualmente, los
domingos, llamado Credo Niceno. Donde se nombra a la Trinidad como Padre
creador, Hijo redentor y Espíritu Santo vivificador (Señor y dador de vida).
Consecuencias
para la vivencia eclesial y el ecumenismo
El
modelo trinitario de comunión en la diversidad de personas distintas es, análogamente,
el modelo de la iglesia. Es decir, la trinidad implica una manera no solamente
de entender a Dios sino de entender nuestras relaciones, nuestras relaciones en
una Comunidad de fe y de unos con otros.
La Trinidad nos habla de
Dios en sí mismo y nos habla de un modo de ser al que somos llamados a vivir.
Unidad y diversidad no son polos excluyentes sino interrelacionados. La Iglesia
debe ser espacio de unidad en la diversidad, es uno de los grandes lemas de la
Comunión Anglicana. El modelo trinitario debe ser el gran estructurador de
nuestras relaciones: cuidar la unidad y cuidar la diversidad. Sabernos
diferentes, en este caso, es un valor para construir algo nuevo, que nos una,
más allá de los intereses particulares. Es recorrer el camino de identificar
los “Y” que hacen posible el diálogo y el encuentro.
Mirando
las relaciones entre las diversas tradiciones cristianas el modelo trinitario
es extremadamente significativo. Este domingo, cuando concluimos la Semana de Oración por la
unidad de los cristianos que estuvo marcada por el lema bíblico de Hechos 28,2:
Nos trataron con una solicitud poco común, pido que la Santa Trinidad nos
comprometa, impulse y desafíe a vivenciar en acciones concretas la experiencia
ecuménica de unidad en la diversidad bajo la marca del amor.
Conclusión
Esta es la gran
invitación de este domingo de la Trinidad: valorar todos los “y” que nos unen
sin anular la diversidad que nos distingue. Que redescubramos un Dios
eternamente amante del Hijo, el eternamente amado, en el amor personal, el
Espíritu Santo. Que
redescubramos profesar a la Trinidad como Padre creador, Hijo redentor y
Espíritu Santo vivificador. Que redescubramos vivenciar la Unidad en la
diversidad como modelo entre las Iglesias cristianas, entre las Comunidades de
una misma Iglesia local (Diócesis) o más en concreto en nuestra propia
Comunidad de fe (Parróquia).
La
mística nos abre siempre a nuevos horizontes, a nuevos modos de relación con
Dios, con los otros y con la naturaleza. Quiero concluir recordando a Juliana de Norwich, la gran mística
inglesa del Siglo XIV, quien en su libro Revelations
of Divine Love en Fourth Chapter - First
Revelation, obra traducida al español por Editorial Trotta bajo el título: Libro
de visiones y revelaciones (2002), nos decía:
"Pues la Trinidad es Dios, y Dios es la
Trinidad. La Trinidad es nuestra creadora, la Trinidad es nuestra protectora, la
Trinidad es nuestra amante eterna, la Trinidad es nuestra alegría infinita y
nuestra dicha, por nuestro Señor Jesucristo y en nuestro Señor Jesucristo".