21 sept 2021

Sermón: 19 de septiembre de 2021

 42. El labrador y sus hijos.

Un labrador, a punto de morir, quería que sus hijos tuvieran experiencia de agricultura, los llamó a su lado y dijo: «Hijos míos, en una de mis viñas hay guardado un tesoro.» Éstos, después de morir el padre, tomaron las rejas y layas y excavaron todo el labrantío, pero no encontraron el tesoro, en cambio, la viña les dio una cosecha excelente.

     Esta semana fue una semana histórica en la vida política de la nación. Siguiendo la imagen de un autor del siglo VI antes de Cristo, en el mundo griego, Esopo, hemos visto remover la tierra de manera fuerte. No puedo soslayar en esta prédica algo que movilizó la vida de la mayoría de los que estamos aquí y de los que nos acompañan por internet. Que movilizó la vida del país.

Me pregunto qué tesoros se estaban buscando y qué tesoros buscamos cada uno de nosotros al hablar esta semana de los hechos que afectaron al gobierno nacional.

Un segundo elemento, algunos podrán pensar: yo no vengo a la Iglesia a escuchar sobre política. Se le atribuye a Gandi la siguiente afirmación: “Quien cree que política y religión no tienen nada que ver, no entiende nada… de religión”.

La religión siempre ha procurado tener una injerencia pública. Las iglesias cristianas en particular, reitero, siempre hemos pretendido ser relevantes en la vida social. Esta semana hemos escuchados a diferentes referentes eclesiales hablar sobre el resultado de las elecciones y los efectos en el gabinete nacional. Leímos en los principales diarios declaraciones fuertes y en algunos aspectos muy pertinentes.

Yo, hoy aquí, quiero poner el énfasis, siguiendo la analogía con el texto de Esopo, de la colección Augustana, en algunos aspectos:

Algunas veces se puede remover la tierra de la viña con la intención equivocada, buscando tesoros que no ayuden a la ciudanía. Todos sabemos que la política es el arte de lo posible, el arte del ejercicio del poder, pero, sobre todo, en clave humanista la política es el arte de la búsqueda del bien común. Luego, los ciudadanos, de manera legítima nos manifestaremos por esta fuerza o por otra, ahí es política partidaria… a lo cuál no me referiré.

Al remover la tierra algunas veces se pueden dañar las raíces y lastimar gravemente la democracia. Otras veces al remover la tierra, como en la historia, aunque las intenciones de los hijos eran la búsqueda de un tesoro tangible, probablemente en monedas, el efecto fue que el viñedo recobró vitalidad y tuviera una cosecha abundante.

Es Aquí donde quiero colocar el énfasis. A los que ejercen autoridad invitarlos a pensar las motivaciones pro las cuales remueven la tierra: la motivación principal, como un tesoro, debe ser el desarrollo y el cultivo de la vida mejor, de la vida digna de las personas.

Les digo más, ayer, en el servicio social que tenemos en plaza de Mayo le comentaba a alguno de los voluntarios: la gente tiene hambre, la gente tiene mucha hambre. Ayer, habíamos comenzado a servir a las 18 horas y eran las 19 y continuaban llegando personas buscando un plato de comida caliente.

Por favor, al remover la tierra que el fruto sea una sociedad mejor, sea la búsqueda del bien común, sea el cuidado de las personas concretas.

Y eso se hace extensivo a cada uno de nosotros. También, cada cual, desde su lugar, al comentar estas situaciones en familia, con sus amigos, etc., al manifestar sus legítimas preocupaciones, no debe perder de vista que aquello que decimos debe favorecer una mejor vida para todas las personas, no se trata sólo de cuestionar hasta lo más profundo un determinado modo de ejercicio del poder, sino de construir, reitero, desde donde estamos, una sociedad mejor, con los límites propios de los lugares en los que estamos.

Iluminar estos hechos a la luz del evangelio que acabamos de oír será el paso siguiente. Ustedes saben que, en general, en la tradición anglicana se usa un leccionario, es decir, una guía de lecturas bíblicas ya definidas. Y este domingo, el evangelio viene de manera directa a iluminar nuestra vida y el punto de partida mencionado.

El texto proclamado tiene tres partes:

1)    Segundo anuncio de la pasión y resurrección (9,30-31)

2)   Segunda muestra de incomprensión (Mc 9,32)

3)   Una enseñanza breve y una acción simbólica nada romántica (Mc 9,33-37)

 

Me detendré en la tercera parte.

33 Llegaron a Cafarnaún, y cuando ya estaban en la casa, Jesús les preguntó: «¿Qué tanto discutían ustedes en el camino?» 34 Ellos se quedaron callados, porque en el camino habían estado discutiendo quién de ellos era el más importante. 35 Jesús se sentó, llamó a los doce, y les dijo: «Si alguno quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y el servidor de todos.» 36 Luego puso a un niño en medio de ellos, y tomándolo en sus brazos les dijo: 37 «El que recibe en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, no me recibe a mí sino al que me envió.»

En la región de palestina, en la cual predicaba Jesús había un grupo de hombres que serían, una suerte de monjes para nosotros. Vivían apartados, cerca del mar muerto, en un valle llamado Qumrám.

De entre sus reglas de vida se dice lo siguiente:

«Los sacerdotes marcharán los primeros conforme al orden de su llamada. Después de ellos seguirán los levitas y el pueblo entero marchará en tercer lugar (...) Que todo israelita conozca su puesto de servicio en la comunidad de Dios, conforme al plan eterno. Que nadie baje del lugar que ocupa, ni tampoco se eleve sobre el puesto que le corresponde» (Regla de la Congrega­ción II, 19-23).

La discusión sobre el más importante supone, en el fondo, un desprecio al menos importante. Jesús va a dar una nueva lección a sus discípulos. Se sienta, llama a los Doce, y les dice algo novedoso en comparación con la doctrina de Qumrán: «El que quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos». (El evangelio de Juan lo visualizará poniendo como ejemplo a Jesús en el lavatorio de los pies).

A continuación, realiza un gesto simbólico, al estilo de los antiguos profetas: toma a un niño y lo estrecha entre sus brazos. Alguno podría interpretar esto como un gesto romántico, pero las palabras que pronuncia Jesús van en una línea muy distinta: «El que acoge a uno de estos pequeños en mi nombre me acoge a mí…». Jesús no anima a ser cariñosos con los niños, sino a recibirlos en su nombre, a acogerlos en la comunidad cristiana. Y esto es tan revolucionario como lo anterior sobre la grandeza y servicio.

El grupo religioso más estimado en Israel, que curiosamente no aparece en los evangelios, era el de los esenios. Pero no admitían a los niños.

Escuchen este texto de Filón de Alejandría, en su Apología de los hebreos, dice que

«entre los esenios no hay niños, ni adolescentes, ni jóvenes, porque el carácter de esta edad es inconsistente e inclinado a las novedades a causa de su falta de madurez. Hay, por el contrario, hombres maduros, cercanos ya a la vejez, no dominados ya por los cambios del cuerpo ni arrastrados por las pasiones, más bien en plena posesión de la verdadera y única libertad»

En cambio, Jesús dice que quien los acoge en su nombre lo acoge a él, y, a través de él, al Padre. No se puede decir algo más grande de los niños. En ningún otro sitio del evangelio dice Jesús que quien acoge a una persona importante lo acoge a él.

 

En síntesis, que este domingo volvamos a encontrar el valor del servicio, del cuidado de nuestra vida en sociedad, del cuidado de nuestras instituciones, con el horizonte claro del servicio, del procurar el bien de todos. De incluir a los más frágiles. De vivir y jugarnos por el bien y la dignidad de todas las personas.

Que así sea.