21 feb 2023

Tiempo de cuaresma: tiempo propicio para cambiar el corazón

En el centro de nuestra fe está la persona de Jesucristo, muerto y resucitado para nuestra salvación. Este es el kerigma primero, es decir, el primer anuncio que define a la comunidad de los primeros testigos de Jesús Resucitado. En el libro de los Hechos de los Apóstoles 2: 32 podemos leer: Y este Jesús, Dios lo resucitó y todos nosotros somos testigos.

En base a esa experiencia fundante, los cristianos de la primera hora, la Comunidad pospasucal, estructuró su vida de culto en torno a la Resurrección.

Los acontecimientos que se desencadenaron en la vida de Jesús de Nazareth, que culminan en su muerte y resurrección, acontecieron alrededor de la Pascua hebrea. La Pascua judía hace memoria de la liberación del pueblo de la esclavitud, la Pascua cristiana profundiza el sentido de la libertad y amplía el horizonte mediante la salvación ofrecida en Jesucristo, salvación del pecado y de la muerte, salvación que nos hace partícipes de la naturaleza divina (Cf. 2 Pedro 1:4).

Para celebrar el misterio pascual, es decir, la muerte y la resurrección de Jesucristo y su relación con los discípulos además del acento en el partir el pan las primeras comunidades profundizaron el sentido del bautismo como experiencia personal de morir y resucitar con y en Cristo (Cf. Romanos 6: 1 – 11). En el bautismo damos muerte al hombre viejo y dejamos que por la acción de Dios emerja el hombre nuevo. El bautismo se transformó en un elemento central en la vida del discípulo y de la Comunidad cristiana.

Según la Tradición Apostólica de Hipólito, del siglo III, entre otros testimonios, la preparación al bautismo (catecumenado), podía durar por lo menos tres años. El bautismo, propiamente, acontecía en la noche de la Vigilia pascual, Culto que se constituyó en el más importante del incipiente calendario litúrgico.

El catecumenado tenía cuatro grandes etapas. Inicialmente, la Admisión de los candidatos. Posteriormente, el período de la instrucción con fuerte acento bíblico. Luego, iniciando la preparación próxima en la Cuaresma, la celebración sacramental (Bautismo, Confirmación, Eucaristía). Finalmente, las instrucciones posbautismales (mistagógicas).

La Cuaresma tiene sus orígenes en la preparación próxima a la celebración del bautismo durante la Vigilia pascual. Por eso, es necesario profundizar el sentido de la Cuaresma y del bautismo. Probablemente, muchos de nosotros hemos sido bautizados hace ya algún tiempo, por eso, cada vez más no se trata sólo de bautizar a los convertidos sino de convertir a los ya bautizados. Es decir, profundizar nuestro seguimiento y adhesión radical a la persona de Jesucristo. 

En este marco, surge el rito de imposición de cenizas. En su origen, en el proceso de preparación a la gran celebración de la Vigilia pascual, el gran culto del anuncio de la victoria de la vida sobre la muerte, la imposición de cenizas se realizaba a aquellos que deseaban confesar sus pecados el jueves de la semana santa y en dicho camino las cenizas expresaban su deseo de conversión y transformación interior. Muchos de éstos pasaban a formar parte del Orden de los penitentes.

En nuestro tiempo, con un marco simbólico distinto y en contextos culturales muy diferentes no perdamos lo esencial. Primero, la centralidad del misterio pascual y su celebración durante la semana santa. Segundo, saber que somos personas en proceso, en camino, no somos perfectos o acabados, en este sentido la Cuaresma como tiempo fuerte de la Iglesia nos ayuda a mirar nuestra interioridad y cambiar el corazón para transformarlo como diría el Profeta de un corazón de piedra en un corazón de carne (Cf. Ezequiel 11:19-20). Finalmente, que el rito de imposición de cenizas nos implique y exprese nuestro deseo efectivo de querer transformar nuestra vida, no meramente como una expresión simbólica de nuestra religiosidad sino como expresión de nuestra adhesión y seguimiento a aquel que entregó su vida y Dios lo resucitó de entre los muertos.

¡Bendecido Tiempo de Cuaresma!

Revdo. Canónigo Ariel Irrazábal